Solo tú puedes tomar la mejor decisión

11/10/2019 13:45:11

Habrás escuchado muchas veces que los seres humanos somos seres racionales. De hecho, nos lo han dicho tantas veces que la mayoría de las personas pensamos que nuestro cerebro sirve para razonar, pero no es así.

Habrás escuchado muchas veces que los seres humanos somos seres racionales. De hecho, nos lo han dicho tantas veces que la mayoría de las personas pensamos que nuestro cerebro sirve para razonar, pero no es así.

Ese mismo error cometieron los investigadores del cerebro hasta finales del siglo pasado. Siempre se ha conceptualizado el cerebro como un órgano frío y calculador, pero eso cambió cuando un famoso neurólogo, António Damásio, conoció a un paciente llamado Elliot. Este esposo, padre y trabajador de banca había sido sometido a una operación en la que le extirparon un tumor en el cerebro unos meses atrás. Los estudios neuropsicológicos concluyeron que no le había quedado secuela alguna. Tenía una excelente concentración, recordaba bien las cosas y, lo más importante de todo, era perfectamente capaz de razonar.

Sin embargo, la vida de Elliot había cambiado por completo. Después de la operación tenía que analizarlo todo una y otra vez y ya no era capaz de tomar decisiones. Desde elegir la ropa que ponerse por la mañana hasta lo que quería comer o lo que debía responder a una persona que lo saludaba en el trabajo, todo le llevaba un tiempo y un sufrimiento que lo paralizaban. Si tenía que firmar un documento, estudiaba durante minutos si debía utilizar un bolígrafo negro o azul; antes de sentarse a comer, estudiaba la carta durante minutos y, después, también durante minutos analizaba cuál sería la mejor mesa donde disfrutar de su comida en función de la luz o la distancia a la entrada. Para quedar con un amigo tenía que estudiar la meteorología de los siguientes días, la cantidad de amigos que iba a ver durante esa semana o la posibilidad de tener que cancelar la cita por tener que acudir a una cita médica, con lo que llegó a hacer perder la paciencia no solo a su familia, sino también a los médicos que intentaban ayudarlo en la clínica de neurología.

Después de meses estudiando el caso, su neurólogo se dio cuenta de que la zona donde le habían extirpado el tumor era una zona crucial para que el cerebro entienda nuestras propias emociones y para poder tomar, así, buenas decisiones. Cuando Elliot leía la carta del restaurante, no era capaz de entender las señales que le mandaba su cuerpo, no llegaba a saber si le apetecía más la ensalada o la carne y, por tanto, no podía tomar una buena decisión. El estudio del caso de Elliot permitió descubrir que, si no tenemos en cuenta nuestras propias emociones, no podemos tomar decisiones.

Hoy en día sabemos que no se pueden tomar buenas decisiones si no escuchamos nuestras emociones. No puedes elegir buenos amigos si no entiendes qué amigos te hacen sentir bien… y cuáles te hacen sentir mal. No puedes elegir un deporte si no reflexionas sobre en cuál disfrutarás más. No puedes elegir lo que te apetece cenar si no sabes cuánta hambre tienes y qué te gusta más.

 

De la misma manera, no puedes decidir qué quieres estudiar o a qué quieres dedicar tu vida laboral si no tienes en cuenta qué es lo que te gusta y con qué disfrutas. Lo primero tiene que ver con cuáles son tus intereses; puede que estés interesado por las personas, por la naturaleza, por los ordenadores, por la ley y la justicia, por el mundo de las matemáticas o por el mundo del arte. Lo segundo tiene que ver con tus habilidades y con lo que disfrutas haciendo (normalmente somos buenos en aquello con lo que disfrutamos). Así, puede que disfrutes cuando ayudas a los demás, cuando resuelves problemas complejos, cuando te aseguras de que todo funciona correctamente, cuando haces planes, cuando inventas cosas o cuando haces tus propias creaciones. Sea lo que sea con lo que disfrutes, lo importante es que lo metas en la ecuación.

Las investigaciones sobre la toma de decisiones también nos dicen que hay otros factores que pueden ayudarnos:

  • No debemos actuar por impulso. Es mejor que nos tomemos un tiempo para valorar y recoger información de distintas posibilidades.
  • Hay que tener en cuenta el punto de vista de personas con más experiencia que nosotros, como los padres o los profesores.
  • Debemos hablar con personas que tienen experiencia en ese ámbito concreto, por ejemplo, hablar con una persona que está estudiando lo que tú te planteas estudiar.
  • Debemos imaginarnos cómo nos sentiremos una vez que hayamos tomado una de las decisiones.

Así que, como ves, tomar una buena decisión respecto a un tema importante no es una cuestión de impulsos, pero tampoco es una cuestión puramente de lógica. Tampoco es algo que en la mayoría de los casos se pueda meditar sin hablar con otras personas, porque tener información y distintos puntos de vista nos ayuda a decidir mejor. Sin embargo, aunque todo esto es importante, nunca debes perder de vista una cosa: solo tú puedes saber lo que te gusta y con lo que disfrutas. Y por eso, en cualquier ámbito de la vida, solo tú puedes tomar la mejor decisión.

 

 

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